Frío, hambre y sed,
Día tras día.
Frío, hambre y sed,
Minuto tras minuto.
Frío, hambre y sed,
Segundo tras segundo.
Frio, hambre y sed era lo único que
era capaz de sentir mientras las lúgubres calles de una ciudad sin
nombre se iban transformando ante sus ojos, pareciéndose aquello
cada vez más a una cárcel.
Físicamente estaba vivo, lo sabía,
pues, con solo pestañear, un intenso dolor agudo le recorría el
cuerpo de arriba a abajo. De poco servían los cartones con los que
intentaba abrigarse por la noche, los ruegos desesperados que lanzaba
al cielo, pidiéndole no despertar nunca más; los restos malolientes
del vertedero, que en su día fueron comida pero que hasta los perros
encuentran desagradable ahora.
No obstante, él había muerto años
atrás. Su dignidad, su civismo y su cordura le abandonaron en el
mismo momento en el que la calle se convirtió en su casa y las
moribundas ratas en su única compañía. Ahora era simplemente un
reflejo borroso del hombre que solía ser, un cuerpo inerte al que la
vida había quitado todo, incluso su derecho a SER.
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