jueves, 6 de abril de 2017

Melodía del sufrimiento

Era tan solo una niña cuando comenzó a presenciar los horrores de una guerra que no entendía. Nunca le había gustado la escuela, pero el día en el que las autoridades decidieron cerrarla por ser un blanco perfecto para los bombardeos enemigos, se dio cuenta del verdadero valor de las cosas.

En contadas ocasiones tenía suerte y, escarbando un poco entre la basura, conseguía un mendrugo de pan que ya nadie quería, pero que para ella era un manjar. La bebida era algo más difícil de conseguir, pues solo había un pozo en la aldea y el agua negruzca que salía de él no tenía muy buen aspecto. Después de beberla se le revolvía el estómago y tenía que reunir toda su fuerza de voluntad para no vomitar el poco alimento que había ingerido, pues no sabía cuando podría a volver a comer.

No obstante, lo peor de la guerra no eran los días, sino las noches. Los quejidos de dolor de los mutilados de guerra, los suspiros de preocupación de personas que tenían un ser querido en el frente de batalla y los sonoros llantos de aquellos recibían una carta oficial informándoles de que un familiar había muerto durante la guerra; se combinaban entre sí, formando la caótica melodía del sufrimiento.

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