sábado, 23 de diciembre de 2017

Inspiraciones artificiales

Ella decía que solo había una manera de conocerla,
y era leyendo aquellos poemas que nunca había escrito con tinta,
pero que habían quedado grabados en el viento.
Ella,
—única como un amanecer en una tarde otoñal—
con sus soliloquios nocturnos
y sus bailes a la luz de la luna,
era la definición más perfecta de poesía.
Lo intenté,
arriesgué la poca cordura que me quedaba
tratando de entender sus versos,
y sólo cuando se alejó de mi,
como una ráfaga en blanco y negro pintada por un artista demente,
comprendí que ella era literatura.
Y que la literatura siempre era mentira.