La soledad me invade,
me consume,
me aturde,
mientras deambulo
por una ciudad que borró
por una ciudad que borró
-con la lluvia-
mi nombre de sus calles.
Mis piernas caminan sin dirección
fija,
en una lucha constante con mi cabeza
por el control de mi cuerpo.
Corro, corro hasta dejar atrás mis
fantasmas,
vestidos con máscaras de hipocresía,
hambrientos de todas aquellas almas
que se atreven a destacar en un mundo
monótono.
Entre todos ellos,
el más grande se llama Egocentrismo,
pero no está solo,
con él vienen Materialismo,
Machismo,
Egoísmo,
Racismo,
y otros -ismos igual o más
aterradores.
Llego hasta una densa marea,
formada por cientos de personas sin
rumbo,
esperando órdenes de más arriba
para poder seguir con sus vidas,
e intento
-desesperadamente-
aferrarme a aquello que
nunca podrán quitarnos,
nuestra libertad.