martes, 13 de junio de 2017

Frío, hambre y sed,
Día tras día.
Frío, hambre y sed,
Minuto tras minuto.
Frío, hambre y sed,
Segundo tras segundo.

Frio, hambre y sed era lo único que era capaz de sentir mientras las lúgubres calles de una ciudad sin nombre se iban transformando ante sus ojos, pareciéndose aquello cada vez más a una cárcel.
Físicamente estaba vivo, lo sabía, pues, con solo pestañear, un intenso dolor agudo le recorría el cuerpo de arriba a abajo. De poco servían los cartones con los que intentaba abrigarse por la noche, los ruegos desesperados que lanzaba al cielo, pidiéndole no despertar nunca más; los restos malolientes del vertedero, que en su día fueron comida pero que hasta los perros encuentran desagradable ahora.


No obstante, él había muerto años atrás. Su dignidad, su civismo y su cordura le abandonaron en el mismo momento en el que la calle se convirtió en su casa y las moribundas ratas en su única compañía. Ahora era simplemente un reflejo borroso del hombre que solía ser, un cuerpo inerte al que la vida había quitado todo, incluso su derecho a SER.  

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