sábado, 25 de noviembre de 2017

Siempre nos quedará la noche...

Recuerdo las noches que pasamos en tu cama,
dejando que la luna delineara con su reflejo los límites entre nuestros cuerpos.

Solíamos mirar las estrellas juntos,
yo te explicaba sus nombres
y tú me mirabas como si mis palabras
dibujaran el firmamento ante tus ojos.

Nunca supe si de verdad me escuchabas
o simplemente te gustaba el sonido de mi voz.

Tú habitación tenía una manera especial
de hacerme sentir segura, a salvo.
Desde su ventana abuhardillada se veían
las luces de las casas abriéndose paso
entre la oscuridad de la noche.
Me gustaba la manera en la que se fundían unas con otras,
pareciendo pequeñas luces de Navidad,
en un mundo de constante invierno.

Solías tumbarte y dejar que tu pelo
se esparciera por la cama,
una mata rebelde de cabello rubio
que se tornaba grisácea en la oscuridad.
Entonces yo te apartaba los mechones de la cara,
dejando que la noche esculpiera
las líneas de tu rostro.









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