miércoles, 16 de agosto de 2017

16/08/17

Nuestros cuerpos sudorosos, insaciables,
trazaban con su delicado roce los designios
de una libertad que nos había sido negada
en el mismo momento en el que fuimos arrojados —despiadadamente —
a las entrañas de una sociedad que desmoraliza al pobre
por vivir en la calle,
pero no a los bancos por permitirlo.
Una sociedad que enseña a los niños a ser adultos,
pero no a los adultos a ser niños,
a liberarse de sus prejuicios y darse cuenta de que —al contrario de lo que piensan —
el color de piel, la religión o el sexo
no identifican a una persona,
pero sí su intolerancia.

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